lunes, 25 de enero de 2016

LA LUZ DEL MUNDO (XXI): Voluntad de Dios, miedo y muerte (2ª parte)

Para aquellos que estén engañosamente satisfechos con su vida, para los que no vean más allá de sus narices, oír hablar de la voluntad de Dios les debe sonar a chino. Para todos aquellos que necesitamos tener esperanza, que estamos hartos de las injusticias que sufrimos, cansados de luchar por nuestra vida o la de nuestros hijos, preocupados por el futuro, necesitados de amor, para todos los pobres y necesitados, la voluntad de Dios revelada en su Palabra y en los acontecimientos, sí que tiene sentido.

El ser conscientes de nuestra precariedad, debilidad y caducidad, enfoca y centra la cuestión de saber de dónde venimos, a dónde vamos y cómo llegar. Si buscamos la seguridad y la felicidad fuera de la voluntad de Dios, al margen de Jesús, poniendo nuestra confianza en el dinero, difícilmente encontraremos lo que buscamos. Por eso Pablo nos recomienda, “Guardaos de toda clase de codicia, pues aunque uno nade en la abundancia, su vida no depende de sus bienes” (1ª Cor. 12, 13). El mismo Jesús nos lo deja muy claro, “mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra”(Jn. 4, 34 ); y en otro pasaje,” mi madre y mis hermanos son éstos, los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”(Lc.8,21). Hasta tal punto quiere dejar esto claro, que llega, incluso, a tener la desconsideración con sus padres de tenerles buscándole, angustiados, durante tres días y, cuando le encuentran en el templo hablando con los doctores, contesta a sus justificados reproches, “¿No sabíais que debía ocuparme de las cosas de mi Padre?” (Lc. 2, 40-52)

La paz solo la encontraremos ciñéndonos a la voluntad de Dios porque Él ha venido a “dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad”(Is. 61, 1 ). Por eso el Dios hecho hombre, Jesús, nos dice, “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré. Cargad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera”(Mt. 11, 28 );porque el que vive de cara a Jesús, encuentra una fuerza y una ayuda que le aligera mucho la carga de la vida. Existe esperanza para los pobres, enfermos, los desvalidos, los que sufren soledad y , también para los pecadores. Por todos los hombres, pero especialmente por los antes citados, Dios se hizo hombre y se sometió a los sufrimientos del hombre, y a una muerte de cruz, pese a ser el Creador Todopoderoso; para demostrarnos su amor.

Vino a la Tierra en un establo y a los que primero llamó su ángel fue a unos pobres y solitarios pastores. También se preocupó de dejarnos claro que a su lado solo estarán los que socorran a los necesitados, con los cuales él se identificó, “porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estuve desnudo y me vestisteis, fui forastero y me hospedasteis, enfermo o en la cárcel y me visitasteis…” (Mt. 25, 35). Y junto a los necesitados, y para nuestra tranquilidad, Jesús se acuerda, también de forma especial, de los pecadores, “No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores al arrepentimiento”(Lc. 5, 32) y “hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento”(Lc. 15, 7).

Por eso Pablo afirma, “Es cierto y digno de ser creído por todos, que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero”( 1 Tm. 1,15); más adelante dice ,”nuestro Salvador…quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad” (1Tm. 2,4 ). Por eso el Papa Francisco nos ha dicho que Dios no se cansa nunca de perdonarnos; somos nosotros los que nos cansamos de pedirle perdón.

El resorte que nos impulsa hacia el Creador, y la fuerza que nos pega a la voluntad de Dios, es la plena convicción de su amor por nosotros; así Pablo confesaba que “mientras vivo en esta carne vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí” (Gal.2,20 ). Las pruebas a las que Dios nos somete, a lo largo de nuestra historia personal, no deben enturbiar esa convicción, como no se la arrebataron a Pablo, “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿ la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre , la desnudez, el peligro, la espada?...Mas en todas estas cosas vencemos por aquél que nos amó?” (Rm. 8, 35 y 37 ). Porque ,”sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman” (Rm. 8,28 ). Todo está dispuesto y ordenado por Dios para atraernos hacia él; unas veces de forma directa y, otras, de forma indirecta a través de nuestro prójimo ,que unas veces es ocasión, ejemplo o testimonio de fe y otras veces, objeto de nuestro amor u origen de nuestra cruz y superación. “ Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”(1ª Jn. 4,16 ).

De ahí que muchos que creen no tener fe, en el fondo, sí la tienen, porque el amor que llevamos impreso en nuestra naturaleza, lo ponen en práctica; ya S. Agustín nos decía, “ Ama al prójimo … y trata de averiguar dentro de ti el origen de ese amor; en él verás, tal y como ahora te es posible, al mismo Dios…Ayuda por tanto, a aquel con quien caminas, para que llegues hasta aquel con quien deseas quedarte” (Breviario Tomo I, 2ª lectura del 3 de enero). Ya lo dijo Isaías, “Cuando abrieres tus entrañas para el hambriento y consolares el alma afligida, nacerá para ti la luz en las tinieblas y tus tinieblas se convertirán en claridad de mediodía” (Is. 58,10 ).

Todo lo que Dios nos dice en la Biblia, toda su actuación en la historia del hombre y en nuestra historia personal , tienen un solo objetivo, convencernos de su amor por nosotros y nuestro destino final junto a él por toda la eternidad. “¿Puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas?. Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.” (Is. 49, 15 ); “Aunque tu padre y tu madre te abandonen, el Señor aún te acogería ” (Salmo, 26,10). Y “tanto amó Dios al hombre que envió a su hijo” (Jn. 3, 16 ); Dios todopoderoso e inmortal se hace hombre para demostrarnos su amor y hacernos partícipes de su naturaleza e inmortalidad porque “a todos aquellos que le recibieron les dio capacidad de llegar a ser hijos de Dios” (Jn. 1,12). “ Y si hijos, herederos de Dios, coherederos con Cristo” (Rm.8, 17). Jesús solo nos pide que creamos en Él y confiemos en Él como un niño confía en sus padres y les
obedece. Solo así encontraremos la paz y la seguridad que tienen los niños; por eso dice que “el que no se hiciere como un niño, no entrará en el reino de los cielos”(Mt.18,3 ).

Solo podremos desterrar el miedo si nos sabemos hijos queridos de Dios pese a nuestras culpas y pecados. “Esto os lo he dicho para que tengáis paz en mí; en el mundo habéis de tener tribulaciones, pero confiad, yo he vencido al mundo”(Jn16,33). Pero la fuerza del amor de nuestro Padre nos llegará con tanta mas intensidad ,cuanto más cerca de El estemos, cuanta mayor sea nuestra fe y confianza en El; una fe que no se queda en los labios, sino que manifiesta su autenticidad en obras de amor. Por eso nos dice Juan en su 1ª Jn. 4, 18 y ss.), “En caridad no hay temor, pues la caridad perfecta echa fuera el temor” porque “el que ama permanece en Dios y Dios en él” (1ªJn,4, 16) y “Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Rm. 8, 31). La cuestión, por tanto será, ¿cómo acercarnos al Padre?. El camino es claro : a través de Jesús, el Dios visible que nos da a conocer al Dios invisible; Él es la plenitud de toda la Palabra contenida en la Biblia y que viene acreditada por sus obras:”creed a las obras para que sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre” (Jn. 10, 38 y 14,11 ).

Desde siempre Dios se nos ha dado a conocer a través de su Palabra y sus obras como nos recuerda el salmo 95,7 yss., “Ojalá escuchéis hoy su voz, no endurezcáis el corazón…(como) cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron , aunque habían visto mis obras”. Y Juan nos dice (20, 31) que las señales que hizo Jesús “fueron escritas para que creáis que Jesús el el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”. Las obras que Dios ha hecho y sigue haciendo en el mundo, las obras que el mundo ha hecho y sigue haciendo sin Dios, son un buen comienzo para encontrarnos con Dios; un encuentro que culminará en cada uno de nosotros, cuando lleguemos a conocer a Jesús a través de su Palabra y veamos el amor de Dios reflejado en nuestra vida y en la de las personas con las que estamos o hemos estado en contacto. Entonces podremos decir con Isaías (12,1), “Él es mi Dios y Salvador; confiaré y no temeré porque mi fuerza y mi poder es el Señor, El fue mi salvación”.

Como nuestra condición pecadora nos lleva a apartarnos de Jesús y , como consecuencia, caer en la angustia, Jesús nos exhorta a mantener nuestra mirada confiada en Él para no perder la paz: “No podéis servir a Dios y al dinero. Por eso os digo: no estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer y beber, ni con qué os vais a vestir…¿no es mas importante la vida que el alimento?...¿Quien de vosotros a fuerza de agobiarse podrá añadir una hora al tiempo de su vida?...No andéis agobiados…ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo esto. Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio” ( Mt. 6, 24-34 ). Y Pablo nos previene, “la raíz de todos los males es la avaricia, y muchos,
por dejarse llevar de ella, se extravían en la fe, y a sí mismos se atormentan con muchos dolores” (2ªTm. 6,10 ).

Vivimos en la muerte de nuestras muchas carencias y ausencias, preocupados por tener y acumular, sin darnos cuenta de que, al tratar de encontrar la vida donde no está, entramos en una espiral que no es la respuesta que buscamos y nos lleva a la infelicidad, como nos ha dicho Pablo. Y, al fondo, nos encontramos con el misterio del final de nuestra existencia terrenal, de nuestra muerte fisica, frente a la cual nos quedamos mudos, porque no hay salida; no nos vale ni el dinero ni el poder ni el mucho cariño que nos tengan. Y nos entra miedo, cuando no pavor.

Como dentro de nosotros anida un sentimiento de inmortalidad, porque somos esencialmente espíritus eternos, enraizamos ese sentimiento en un escenario inapropiado, en el mundo que nos rodea, edificando castillos de naipes, y nos resulta difícil aceptar que nuestra vida terrena tenga el mismo final que los animales y las plantas. No vemos que, al vivir como animales , es lógico que temamos tener el mismo final que estos seres. No aceptamos nuestra muerte animal porque no estamos dispuestos a vivir en forma distinta a los animales; nos gustaría poder ser animales eternos y no consideramos lo que realmente somos. Si nos enfrentáramos a la muerte desde la realidad de lo que somos, conscientes de nuestro destino, y , además, viviéramos en congruencia con todo eso, el acontecimiento de nuestra muerte cobraría un carácter y un significado muy distinto; perderíamos gran parte del miedo ante lo desconocido y crecería en nosotros un fuego grande que iluminaría nuestro futuro y calentaría nuestro espíritu. Así que debemos examinar esa realidad esencial a la que he aludido para enfocar, de forma también realista, el fenómeno de nuestra muerte. Si tenemos un hilillo de fe, escuchemos lo que nuestro Maestro nos dice.

Sabemos que la vida no nos pertenece y que nuestro Creador nos la puede arrebatar en cualquier momento; en todo caso, sabemos que empezamos a morir desde el mismo instante en que nacemos. Por tanto es absurdo buscar la vida donde no está; nuestra meta está más allá de esta vida terrena y es ahí donde debemos poner nuestros ojos porque “ lo que uno siembra, eso cosechará. El que siembra para la carne de ella cosechará corrupción; el que siembra para el espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna” (Ga.6,8) La auténtica vida alcanzará plenitud tras la muerte. El saber eso, y vivir de acuerdo con esa verdad, ya supone una esperanza y una liberación del miedo a la muerte que nos hace empezar a gozar de parte de esa auténtica vida; porque “el espíritu es quién da vida, la carne no sirve para nada” (Jn. 6,63) y si “vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu” (Ga. 5, 25 ). De lo contrario, si ponemos nuestros ojos y nuestra meta en esta realidad terrena, precaria e inconsistente, caeremos en la esclavitud del dinero y en la muerte, y Jesús vino precisamente para “librar a aquellos que por temor de la muerte, estaban toda la vida sujetos a esclavitud” (Hebreos, 2, 25). Liberémonos del miedo a la muerte porque nuestro

Creador nos quiere vivos y junto a Él: “ Tanto amó Dios al mundo, que le dio su Hijo unigénito para que todo el que crea en él no perezca sino que tenga Vida eterna” (Jn 3, 16); “esta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en Él, tenga la vida eterna, y yo le resucitaré en el último día” (Jn. 6, 40); “que todos sean uno, como tú, Padre estás en mí y yo en Ti , para que también ellos sean uno en nosotros…para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos”(Jn17, 21 y 26).

Nuestra fuerza y nuestra esperanza frente a la muerte está en el amor que nos tiene nuestro Padre celestial y en el destino que nos tiene reservado junto a Él en calidad de hijos adoptivos suyos; viene demostrándolo con palabras y obras a lo largo de toda la Historia; creámosle. Su amor por nosotros rebasa con creces el peso de nuestra indignidad; su pasión y cruz anulan los pecados de los que quieren entregarse a él y seguirle al cielo. Pidámosle que renueve nuestro corazón y levante nuestra mirada hacia él, ya que nosotros somos de baja condición. Intentemos vivir según nuestra condición de hijos de Dios y no como esclavos del dinero y nuestras pasiones. Llenemos nuestra vida de caridad hacia el prójimo, que es tanto como llenarnos de Él, y confiemos plenamente en su promesa de llevarnos con Él. No busquemos el éxito sino la santidad, no nos agobiemos por una seguridad que el mundo no nos puede dar y evitaremos la decepción y el miedo; Jesús nos lo advierte, “el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la hallará” (Mt 16,25). Pablo nos insiste: “Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios; pero vosotros no vivís según la carne sino según el espíritu, si es verdad que el espíritu de Dios habita en vosotros…Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en vosotros…dará también vida a vuestros cuerpos mortales…Así pues,… si vivís según la carne moriréis; más si con el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis” (Rm.8, 8-14); y en la epístola a los Tesalonicenses (4, 13 y 14) nos anima e insiste,”…no os aflijáis como hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado,, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él”.

Pablo, el ejemplo a seguir que Jesús nos ha puesto, vivió apoyado totalmente en Jesús, y no se arredró por nada ni por nadie: “para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir”(Flp.1,21); “Por él renuncié a todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo.” (Flp. 3,8 ). Los sufrimientos de esta vida nos acercan a Cristo y nos preparan para la unión definitiva con Él. Así lo entendía Pablo cuando decía, “Me alegro de sufrir. Así completo en mi carne los dolores de Cristo” (Col. 1, 24)

Confiemos. Esa es la clave, tener confianza en un Dios que es nuestro Padre, nos ama y nos espera con los brazos abiertos. Y también nos acompaña en el camino hacia Él.