martes, 21 de octubre de 2014

LA LUZ DEL MUNDO (XVI); Libertad, autoritarismo, obediencia

Hablo con cierta aprensión de mi historia personal de fe, temiendo contaminar de subjetivismo mi mensaje. Por eso no quiero perder de vista que no pretendo hablar de mí, sino que con ocasión de mi experiencia, aparezca siquiera sea algún destello de la Luz de Cristo. Así que trato de no separarme de su Palabra y en ella me apoyo.

Retomando mi historia, decía en mi anterior entrega que he pertenecido a las Comunidades Neocatecomunales, los kikos, desde hace unos 20 años y hasta hace 5 meses. La causa de mi deserción comenzó a tomar forma hace 4 años cuando el Arzobispo de Valencia Carlos Osoro promovió el Itinerario Diocesano de Renovación de la fe (IDR), movimiento integrador de todas las sensibilidades y movimientos en torno a la parroquia, iglesia local que nos integra en la Iglesia universal de Jesús. El IDR ha sido, para los que lo hemos seguido, una ayuda inmensa para centrar y clarificar las verdades esenciales de nuestra fe; para conocer mejor al Padre, al Hijo y al Espiritu Santo; conocimiento que se concreta y materializa en la Iglesia.

Mi experiencia como Kiko me ha facilitado mucho la asimilación del contenido del IDR; diría más, sin esa experiencia no habría iniciado ese Itinerario. Por eso me sorprendió mucho que ninguno de mis hermanos de comunidad, personas con mis mismas inquietudes, acudiese a esta llamada del Arzobispo, por otra parte muy cómoda de seguir, pues se ha venido desarrollando en unas 4 reuniones al trimestre. A partir de ahí empecé a reflexionar mas seriamente sobre ciertas prácticas que seguíamos los kikos que nunca me gustaron, aunque las había dado de lado durante años en aras de seguir beneficiándome del mensaje de Jesús que estaba recibiendo.

De la mano del IDR he ido ahondando en mi condición de hijo de Dios; una condición anclada en la libertad y la caridad; una condición indisolublemente unida a Cristo y por tanto a su Iglesia,  única comunidad que descansa en el amor de Jesús que opera a través de su Espíritu Santo y que hermana a todos sus discípulos sin distinciones, preferencias, apartados o camarillas. Pablo habla muy claro de esta unidad que es nota esencial de la Iglesia :  “Solo hay un cuerpo y un espíritu… solo un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos…” (Efesios, 4,4 y sig.). Por eso Pablo censura en otra epistola las envidias y discordias entre los que se creen hijos de  mejor padre, “cuando uno dice, yo soy de Pablo y otro, yo de Apolo” (1ª  de Corintios, 3,4); porque, como él mismo dice, “No hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay  varón o hembra, porque todos sois UNO EN CRISTO JESÚS” (Gálatas, 3, 28).

Como la unidad de la Iglesia es algo sustancial, no son admisibles prácticas que de una u otra forma impliquen un separatismo injustificado ni una actitud pasiva o indiferente del grupo hacia el resto de la comunidad parroquial o diocesana. Por eso nunca me gustó acudir a concentraciones católicas bajo grandes pancartas que nos identificaban como kikos frente al resto de hermanos congregados. Nunca me han gustado actos que hacíamos en la parroquia en los que por el insuficiente o nulo anuncio, o por las horas intempestivas de celebrarse, o por la liturgia excesivamente larga y peculiar, apenas contaban con participación del resto de la parroquia.

Hay dos prácticas separatistas que especialmente me repateaban:  

1º) La frecuente pregunta que se nos hacía en las convivencias de cómo habíamos conocido al Señor y que impepinablemente era respondida, “a través de la comunidad”. Por verdad que esto sea, lo cierto es que esto ha contribuido, entre otras cosas, a crear un sentimiento bastante extendido, corregido insuficientemente, de que fuera de la comunidad no existe vida, no existen otros caminos; casi podíamos decir que para muchos fuera del ámbito de la comunidad las cosas no se hacen bien y la fe solo se puede recibir a través de sus catequesis en el seno de la comunidad.  Resulta evidente que, por buena que sea la doctrina del camino, y doy fe de ello, nada hay que excluya a otros movimientos de la Iglesia. Que yo sepa, nadie ha dado a los kikos patente de exclusiva. Pero lo cierto es que muchos piensan que fuera de la comunidad les va a faltar el aire y, naturalmente, se encierran, cuando la reacción consecuente de un cristiano debiera ser la contraria, es decir, abrirse, compartir sin miedo a contaminarse. Lo ha dicho el Papa Francisco : En mayo del 2013, con  ocasión de un multitudinario encuentro en la plaza de S. Pedro con los movimientos y las nuevas realidades de la Iglesia, el Papa pidió a todos que no se cierren en sus comunidades, que estén abiertos a todos los demás cristianos, a todos los hombres, “Esto es un peligro, nos encerramos en la parroquia, con los amigos, en el movimiento, con aquellos con los que pensamos las mismas cosas…¿sabéis que ocurre?, cuando la Iglesia está cerrada, se enferma”(Paraula 26 de mayo del 2013). Luego, a principios del 2014, con ocasión de la reunión que tuvieron con el Papa, Kiko Arguello y un montón de familias del Camino que se iban en misión a otros países, Francisco les dijo: “la comunión es esencial. A veces es mejor renunciar a vivir todos los detalles que el itinerario exigiría, con tal de garantizar la unidad entre los hermanos que forman la única comunidad eclesial, de la cual es necesario siempre sentirse parte.”

2ª) Una importante desviación, a mi juicio, consiste en la sistemática celebración de la eucaristía en el ámbito cerrado de la comunidad y no en ámbito abierto de la parroquia. Es como  si en una familia, a la hora de comer, unos cuantos miembros se sentasen en una mesa aparte; no tendría sentido. Han convertido el banquete de la unidad y el amor abierto, no excluyente, en una celebración propia, inherente a la comunidad, con una liturgia propia, un horario propio y , lógicamente unos asistentes propios que se visten de gala para este acontecimiento y que no lo hacen cuando asisten a misas normales. Es frecuente oir “ a mí la misa fuera de la comunidad no me dice nada”. Han degradado el sacramento de la unidad a la categoría de celebración particular. En la pag. 279 del tomo IV del Breviario podemos leer: “Procurad, pues, participar de la única Eucaristía, porque una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo y uno solo el cáliz que nos une a su sangre; uno solo el altar y uno solo el obispo con el presbítero y los diaconos...

Pese a todo lo anterior, no me planteaba mi salida del movimiento porque  pensaba que “doctores tiene la Iglesia” y que en algún momento cambiarán las cosas; lo sigo pensando. Pero lo que no he podido asumir es la falta de delicadeza y el autoritarismo de la mayoría de los catequistas que se consideran infalibles; ni dialogan ni dan explicaciones. Exigen una obediencia ciega al estilo de Abraham cuando Dios le pidió que sacrificara a su hijo, según me dijo un sacerdote del Camino que trataba de justificar tal postura; también me dijo algo que ya había oído antes, “el que obedece nunca se equivoca”.  Resulta absurdo que se equiparen a Dios y a nosotros a Abraham, porque “solo Dios es bueno”, dice la Escritura, lo que equivale a decir que solo Dios es sabio y los demás podemos equivocarnos; además es incierto que la obediencia sea sinónimo de acierto y corrección; esa era la justificación que pretendían tener los SS NAZIS cuando asesinaban a inocentes a mansalva. No se pueden desconocer los límites que la obediencia tiene en los derechos humanos y, para los cristianos, la libertad de los hijos de Dios y la conciencia, y en definitiva la caridad, implican unas especiales exigencias : La libertad está en la base del amor, sin ella éste no puede existir. La conciencia está en la base de la libertad; de ahí que Pablo hable de la conciencia personal como referencia obligada para la conducta propia y para el juicio sobre los demás; así leemos, “nada hay de suyo impuro, más para el que juzga que algo es impuro, para éste lo es…La convicción que tu tienes guardala para ti y para Dios. Dichoso el que  a sí mismo no tenga que reprocharse lo que siente. El que discierne, si come, se condena porque ya no procedió según conciencia, y todo lo que no es según conciencia es pecado” (Rm. 14, 4 ; 22 y 23).

En la Iglesia de Jesús,  la obediencia no está reñida con la libertad, porque ésta lo único que exige es que se nos trate como lo que somos, hijos de Dios, hechos a su imagen y semejanza, con capacidad de elegir la verdad. Y la obediencia nace de una autoridad que te ayuda a descubrir la verdad no a imponértela; nace de una autoridad que se ejerce con caridad. Esto no ocurre cuando se te trata como a un niño al que no se le tiene en cuenta del todo y a quién no se le da ningún tipo de explicación. Con frecuencia he oído a los catequistas dar como única explicación, “tú obedece aunque no entiendas lo que se te dice, ya lo entenderás”. El problema no está en que obedezcas a ciegas, aunque no entiendas nada, sino en que no seas libre para discrepar, plantear objeciones y recibir todas las explicaciones habidas y por haber. Y al final ser tú quién decide. Lo contrario es imposición.

La imposición y el autoritarismo contradicen la Palabra: 

1º) Porque parte de una actitud y talante improcedente, según nos dice el único Maestro, “…no os hagáis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos… El más grande entre vosotros sea vuestro servidor” (Mt. 23, 7-9 )    

2º) Porque supone un ejercicio inapropiado de la autoridad, contrario a la caridad y así nos lo enseña Jesús, “…los príncipes de las naciones las subyugan…los grandes imperan sobre ellas. No ha de ser así entre vosotros; al contrario, el que de vosotros quiera ser grande, sea vuestro servidor y el que entre vosotros quiera ser el primero , sea vuestro siervo; así como el HIJO  del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida en redención de muchos”. (Mt. 20, 25 y sigs.). Nada más lejos de la Palabra que la imposición y el “esto son lentejas” y así nos lo confirma S. Pedro en su 1ª epístola (5,2): “Apacentad la grey de Dios…vigilando, no forzados, sino voluntariamente, según Dios;…no por afán de ganancia, sino de corazón; no tiranizando a los que os ha tocado cuidar…” 

Por desgracia la historia de la Iglesia nos ofrece demasiados ejemplos de conductas inapropiadas de autoritarismo y falta de caridad que caen dentro del supuesto contemplado en la Palabra: "Llega la hora en que todo el que os dé muerte pensará prestar un servicio a Dios y esto lo harán porque no conocieron ni al Padre ni a mí”( Jn. 16, 2y3). ¡Cuantas imposiciones y atentados contra la libertad!. No hay que remontarse a la Inquisición;  nosotros mismos, los cristianos de a pie, tratamos muchas veces de imponer a nuestros hijos nuestras convicciones, nuestra fe, como si fueran objetos de nuestra propiedad y no hijos de Dios. Intentamos meterles el mensaje de Jesús, el mensaje del amor y el perdón, sin ningún respeto, tolerancia, paciencia…actuando en clara contradiccíon con lo que decimos. No reconocemos nuestro pecado de orgullo porque está enmascarado tras una verdad que nos avala pero que no sabemos transmitir; porque no la practicamos, estamos faltos de caridad y humildad. Recuerdo que un familiar mío, un Kiko con 30 años de antigüedad, me comentaba muy ufano como la novia de su hijo le había pedido entrar a trabajar en su empresa y como él le había puesto la condición de que primero tenía que asistir a las catequesis del Camino Neocatecumenal.  Formalmente, nada que objetar, estaba en su derecho y su intención era buena. Sin embargo creo que se equivocó al valerse de la situación de necesidad que tenía su “nuera” para forzarla a conocer a Jesús. La chica respondió a la coacción retirando su petición. Lástima que esta joven perdiese una ocasión única de conocer la Verdad, no a través de unas catequesis de unos días, sino a través del contacto diario con alguien, como mi pariente, que pienso le habría aportado una gran ayuda. Lo peor es que seguramente se malograron otras ocasiones futuras como consecuencia de esta mala experiencia de ataque a su libertad. También me viene a la memoria las veces que se ha recomendado “encarecidamente” a los miembros de la comunidad que sus novios/as  hiciesen las catequesis. En un caso que conozco, estas exigencias dieron lugar al abandono de la comunidad por parte de una chica con cerca de 10 años de pertenencia al movimiento.

La falta de libertad que yo he experimentado en el Camino Neocatecomunal, ha sido la gota de agua que ha colmado el vaso y determinado mi salida. Cuando, en fechas no muy lejanas, fui destinatario de una medida objetivamente arbitraria, a juicio  de muchos, sin que los catequistas se dignaran explicarla o justificarla; cuando manifesté mi protesta por esto junto con otras criticas a su forma de actuar; cuando ví el silencio de mis hermanos acompañado de su consejo de callarme; cuando ví las “consecuencias” de haber hablado que no se habrían producido si hubiese permanecido callado; cuando ví que la obediencia y humildad que se me exigía primaba sobre mi condición de hijo de Dios, obligado a  denunciar lo que, creo, no se está haciendo bien, entonces mi sensación de pertenecer al rebaño de los catequistas, y no al de Jesús, me hizo imposible la continuidad en el movimiento. Me sentía muy incómodo en un movimiento dirigido por unos catequistas que se comportan como jefes y no como hermanos, dando la sensación de que la comunidad es algo de su propiedad; unos catequistas que adoptan una actitud distante y que ejercen su autoridad basándose en su ley, la de la obediencia, ignorando que sin libertad no existe la auténtica obediencia ni actúan con caridad sino respetan la libertad; unos catequistas que no dialogan ni entienden que uno pueda manifestar sus ideas como ejercicio de la libertad, tachando a tal ejercicio legítimo y hasta obligado, de  juicio condenatorio que te sitúa fuera de la comunión que debe existir entre los miembros de la comunidad. Han olvidado el pasaje que se recoge en Gálatas 2, 11 y sigs., en el que Pablo llama en público la atención al mismo Papa, S. Pedro: “Pero cuando Cefas fue a Antioquía, en su misma cara le resistí, porque se había hecho reprensible…cuando vi que no caminaban rectamente según la verdad del Evangelio, dije a Cefas delante de todos: Si tu siendo judío, vives como gentil y no como judío,¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?”.

Está mal maltratar a una persona, pero si esa persona tiene ataduras que le impiden defenderse, ese maltrato es peor y mas reprochable. De forma similar, el autoritarismo , de suyo malo e incongruente con una conducta caritativa, resulta reprobable en grado sumo si se ejerce sobre personas que no conciben la vida de fe fuera de la comunidad, que piensan que no hay otras formas de satisfacer su imperiosa necesidad de estar cogidos a Cristo para afrontar la vida, que identifican  al todo, La Iglesia, con la parte, el Camino. En estas condiciones el autoritarismo, el uso viciado de la autoridad, adquiere una nueva categoría de abuso contra la libertad y la caridad. Parece que el Papa Francisco está al corriente de todo. En la reunión que a principio de año tuvo con el fundador de Comunidades y las familias en misión dijo. “La libertad de cada uno, no tiene que ser forzada y se debe respetar también la eventual elección de quién decidiera buscar, afuera de Camino, otras formas de vida cristiana que le ayuden a crecer en la respuesta a la llamada del Señor”.  El Camino, que tantos y buenos frutos está dando a la Iglesia, tiene que dejar de mirarse el ombligo y ahondar en una mayor apertura a la Iglesia( no meramente formal), creciendo en humildad y respeto a la libertad.  Entonces dejarán de ser tachados de secta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario