miércoles, 16 de abril de 2014

LA LUZ DEL MUNDO (XII); Sufrimiento, Amor, Libertad (e)

Es frecuente encontrarse con personas que ven en el sufrimiento un escollo, difícil de superar, para creer en un Dios que se define como Amor. En una novela que leí, un personaje afirma no poder creer en un Dios que permitió los campos de exterminio nazis. Qué difícil es para una madre, entender al Dios-Amor que le priva de un hijito suyo queridísimo, que se ha marchado de la mano de una leucemia o un accidente. Un amigo mío se ha pasado media vida preguntándose dónde estaba Dios cuando de pequeño abusaban sexualmente de él. Y qué decir de las catástrofes, guerras y calamidades que dejan muerte y desolación por todas partes. ¿ Cómo casar todo esto con una Verdad, el Dios-Amor, que nos libera?

Me adentro en este espinoso tema con miedo pero con la confianza puesta en aquél que dijo ante Pilatos, “Yo para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la Verdad; todo el que es de la Verdad oye mi voz” (Jn.18,37). En el Evangelio de Jesús y en el Antiguo Testamento que él asume, (“ Yo no he venido para abolir la Ley y los Profetas, sino a darles plenitud”, Mt. 5,17 ), están las respuestas que buscamos. Otra cosa es que esas respuestas nos gusten o no, según el idílico plan de vida que nos hemos trazado. Por otro lado, tenemos que admitir, antes que nada, que el hombre tiene unas limitaciones y que los frutos que Dios quiere sacar, de un determinado sufrimiento, pueden no estar al alcance de nuestra comprensión, (“Cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros y mis pensamientos a los vuestros”,Isaías,55,8 ) y a fín de cuentas, como dice Pablo, “¿Quién eres tú ¡oh hombre!, para pedir cuentas a Dios?”,Romanos,9,20. Sin embargo, Dios nos ha dado en Jesús, respuestas suficientes para, por lo menos, enfrentarnos al dolor.

Jesús, como nos ha dicho el Papa Francisco, no nos ha dado una filosofía sino un camino para recorrer la vida tras él y junto a él. Su vida, en una visión resumida de la misma, nos da una panorámica que ilumina este tema, pues El es “el Camino, la Verdad y la Vida”. Veamos: En la vida de Jesús no está ausente el sufrimiento; nace pobre y comienza su vida pública con privaciones, “no tiene donde reclinar la cabeza”, nos dice; siente sed, fatiga, se enfada, sufre de soledad, incomprensión, injusticia, se entristece ante el hijo muerto de la viuda de Naín y llora sincera y extensamente ante la muerte de su amigo Lázaro. Junto al dolor, que como a todo humano le acompaña, El vive “haciendo el bien”, amando, curando todo tipo de dolencias y entregado a la gran misión que el Padre le ha encomendado, anunciarnos cual es nuestro destino y naturaleza, convenciéndonos con prodigios y milagros, y finalmente, demostrarnos su amor en su pasión y cruz. Su camino es un camino de negación a sí mismo y de entrega a los demás hasta la muerte siguiendo, siempre, no su voluntad sino la del Padre. (“Padre si es posible aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”). Porque como él mismo nos dice, “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y acabar su obra” (Jn.4,34). Pues bien, este mismo camino por él recorrido, es que él nos traza para seguirle: “El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga”. Entonces nos embarga la perplejidad; ¿Cómo es que nuestra felicidad pasa por negarnos a nosotros mismos y aceptar el dolor?. Parece un contrasentido y, sin duda, lo es desde la visión equivocada que tenemos de nuestra vida.

La cosa empieza a cobrar sentido si pensamos en que hemos sido creados por un Dios, que es Amor, para gozar junto a El de la vida eterna, no para quedarnos aquí. Nuestro destino es fundirnos con el Amor; por eso hemos sido creados “a su imagen y semejanza” y somos libres para aceptar o no, el amor y destino que nuestro Creador nos ofrece. Toda nuestra vida, el sufrimiento, está enmarcada en este plan de salvación; no es otra cosa que un proceso de perfeccionamiento en nuestra esencia, el amor, negándonos a nosotros mismos y entregándonos a los demás, para poder llegar a nuestra meta, El Amor. Dios, primero de todo, nos ha amado y ha tratado por todos los medios de convencernos de su amor y no cesa de llamarnos con insistencia. Todo lo que nos sucede, el sufrimiento, tiene como finalidad afirmar en nosotros el deseo de ir al cielo, junto al Padre, liberándonos del espejismo que sufrimos, las mentiras de este mundo de las que hablé en la entrega anterior; abrirnos los ojos a la realidad auténtica: que nacemos para morir, es decir, para vivir, pero no en esta vida, sino en otra mejor y distinta por cuanto, como nuestro Creador, somos esencialmente espíritu. A esa vida a la que estamos llamados, llegamos tras perfeccionarnos en el amor siguiendo un modelo, Jesús. La aceptación de nuestra cruz supone un acto de adhesión profunda a Jesús, con renuncia al mundo y sus mentiras; un acto rotundo de fe que nos abre las puertas del cielo porque nos ponemos en sus manos y negamos que nuestra esperanza esté puesta en todas esas cosas (salud, dinero, afectos..) cuya falta nos produce el sufrimiento; afirmamos que Jesús es nuestro destino y el centro de nuestra vida. Así se opera en nosotros su palabra, “El que cree en mí, aunque haya muerto ( esté enfermo, en paro, solo y angustiado…) vivirá”(Jn11,25). Porque vivir sufriendo por el trabajo que hemos perdido, la enfermedad que nos atenaza, la soledad que nos oprime, eso no es vivir; no es vivir para aquellos que hayan puesto su ilusión y esperanza en las cosas de este mundo. Por eso Jesús nos dice, “Quién quisiera salvar su vida, la perderá, y quién pierda su vida por mí y el Evangelio, ése la salvará” (Mc. 8, 35).

Pero para aquellos que crean en el amor de Jesús, en un destino junto a El por toda la eternidad, para éstos, el sufrimiento es estímulo que libera de las ataduras de este mundo; y la vida. La cruz que Jesús nos envía nos libera si creemos en El, si nos ayuda a negarnos a nosotros mismos y a unirnos más a El, que siendo Dios padeció mucho y murió por nosotros. Pablo nos habla de nuestra liberación cuando nos dice que Jesús “Muriendo…liberó a todos los que por miedo a la muerte ( a sufrir ) pasaban la vida entera como esclavos” (Heb.2, 14 ); y nos habla de vida definitiva más allá de esta existencia terrena, “Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir” (Flp. 1, 21 ) porque “si hemos muerto con El, viviremos con El” (2 Tm. 2, 8). ¡Qué bien han entendido todo esto los mártires y los santos!. ¡Cuántas personas se han negado a sí mismas, han renunciado a esta vida, entregándosela a Dios y a los demás, para ganar la auténtica vida! En escritos anteriores he puesto mil ejemplos que no voy a repetir; solo recordaré a Teresa de Calcuta y a Maximiliano Kolbe, el sacerdote que, en Auschwitz, se ofreció a morir en lugar de un padre de familia. Su ofrecimiento fue aceptado por el SS y murió fusilado. Y su ejemplo, sin duda, convertiría a muchos.

Centremos todo lo anterior de la mano de la Palabra de Dios. Vemos como la cruz es una pieza esencial del plan de salvación que Dios tiene para nosotros: .

A) La cruz de Jesús nos ha redimido de nuestros pecados ( “No he venido yo a llamar a los justos, sino a los pecadores”, Mt.9,13 ), y nos ha demostrado hasta donde llega el amor que Dios nos tiene, sin tener en cuenta nuestras traiciones, y su voluntad insistente de llevarnos al cielo ( “Porque tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna, (Jn. 3, 16)

B) La aceptación de nuestra cruz, la que Jesús nos invita a coger para llegar a El, puede tener varios significados: 1) Puede ser una llamada que corrija nuestro rumbo equivocado, nuestra falsa esperanza en las mentiras de este mundo (“A los que yo amo, reprendo y corrijo”, Ap. 3,19 ; “No vuelvas a pecar, no sea que te suceda algo peor”, Jn.5, 14 ), y nos ponga en el camino de la Verdad definitiva.

2) Es siempre una ocasión de convertirnos, de negarnos a nosotros mismos y poner a Jesús en el centro de nuestra vida y sufrimientos (“El que quiera seguirme… “), sometiéndonos, como El hizo, a la voluntad de Dios Padre. “Señor, si tu lo quieres, yo lo quiero”, reza una profunda jaculatoria.

3) Es un profundo acto de fe que nos salva, por cuanto supone una clara y libre adhesión a Jesús, escogiéndole a El frente al mundo y nuestro ego,(“…nuestros padres fueron tentados para que se viese si de veras honraban a su Dios. Deben acordarse como fue tentado Abraham y como después de probado con muchas tribulaciones, llegó a ser amigo de Dios.”,Judit, 8, 21 yss.) ; y El nos ha prometido que “El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”, Jn. 11,25. Esta elección que hacemos, no deja de ser un acto de amor en justa reciprocidad al amor que El nos ha demostrado, primero, por el solo hecho de crearnos para El y, luego, al morir en la cruz por nosotros. Como tal acto de amor, nos une màs a El .

C) Consecuencia de la mayor unión con Jesús es un perfeccionamiento, un crecimiento en el amor, pues, “quién confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios”, 1ª Jn.1,15. Resultado de ello es un mayor olvido de uno mismo y una mayor entrega a los demás, que ven mitigado su dolor por la acción amorosa de otro doliente. En cierto modo podríamos decir que el sufrimiento engendra amor y éste vence al sufrimiento. Seguramente por eso afirma Jesús, “En el mundo tendréis tribulaciones, pero confiad yo he vencido al mundo” (Jn.8,32). Y Pablo nos dice “¿ Quién podrá arrebatarnos el amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro , la espada?...en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó”(Rm. 8, 35 y ss.).

D) El amor de Dios que se manifestó en el santo Kolbe venció al dolor y la muerte en Auschwitz ; y también
 fue ocasión y testimonio para que se manifestase la gloria de Dios, como, en otras ocasiones y de otra forma, también recoge el Evangelio: En el pasaje de la curación del ciego de nacimiento le preguntan a Jesús, “¿Quién pecó, éste o sus padres para que naciese ciego? Contestó Jesús : Ni pecó éste ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios”(Jn.9,2); en otro pasaje, el de la resurrección de Lázaro, cuando las hermanas mandan a Jesús recado de que aquél está enfermo, Jesús les contesta, “Esta enfermedad no es de muerte, sino para gloria de Dios” (Jn. 11, 4).

También se manifiesta Dios, aunque de forma indirecta, en otras situaciones de atrocidades y sufrimiento: Difícilmente se puede encontrar un acontecimiento de tanto sufrimiento y abyección como el llamado Holocausto judío en los campos nazis; y qué decir de los dos millones de seres humanos que, no hace tanto, fueron torturados y matados por los jemeres rojos en Camboya; ahora estamos recordando el vigésimo aniversario de la matanza, a machetazos, de ochocientos mil tutsis , niños y bebés incluidos, llevada a cabo por los hutus en Ruanda. A todo esto se llega cuando el hombre se convierte en una bestia perversa y letal, capaz de causar un inmenso sufrimiento; y solo podemos encontrar una causa, el pecado y la ausencia de Dios.

A la luz de toda la doctrina anterior, veamos casos concretos. ¿Qué podemos decir a esa madre que ha perdido, o está a punto de perder a un hijo suyo queridísimo al que ha entregado su vida? ¿ Qué decirle a ese joven angustiado, que ve amenazada su vida por una grave enfermedad que le causa un enorme sufrimiento? . Supongo que nuestro Padre Eterno les diría : ¿Dónde quieres encontrar una solución a tu angustia?; ¿ en la vida a la que te aferras, que nunca te dará una respuesta y que, antes o después, se acabará?. “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?” (Mc. 8, 16). Piensa que yo te he creado para una vida incomparablemente mejor junto a mí; para eso te creado, te he amado y he dado la vida por tí. En eso, en mí, está tu fuerza y tu esperanza. Todo lo que tienes, hijos, salud, dinero, trabajo… , yo te lo he dado y yo te lo puedo quitar, porque yo soy tu Creador, Padre celoso que no quiero que pongas tu amor en esas cosas, por encima de mí. No quiero compartir tu amor, al mismo nivel, con nada ni con nadie y puedo llamarte a mi lado en cualquier momento para hacerte disfrutar de la felicidad plena para la que te he creado. ¿ Aún no te has dado cuenta de que el mundo nunca saciará tu sed de amor, justicia y paz; que todo son cosas caducas, que por mucho que luzcan en un momento dado, acaban?. Todo es precario y un regalo mío, provisional. Debes entender que mi mayor regalo es haberte hecho hijo mío y que, aunque ahora sufras, yo estoy a tu lado y que, sin la menor duda, poniendo tus ojos en mí superarás tu dolor; porque yo he vencido al mundo y te quiero más de lo que tú eres capaz de querer. Lo he demostrado: Llevo siglos manifestándome a los hombres y al final he enviado a mi Hijo que te lo ha contado todo y se ha acreditado con su Palabra y con prodigios y milagros que, aún, continúa haciendo en ese mundo; pregunta. Ese Hijo que , pese a ser Dios como yo, murió por ti en la cruz en medio de “azotes y salivazos”. Piensa en El y en su madre, tu madre, la Virgen María, que estuvo al pie de la cruz viendo como acababa su hijo para redimiros de las traiciones que me hacéis. Únete a ellos con tú sacrificio y ofrece tu padecimiento por todos los que, como tu, están sufriendo: Enfermos, ancianos desamparados, niños abandonados, parejas rotas, padres de familia sin trabajo y desesperados, madres maltratadas…

Ya sé que tenías planes e ilusiones. El problema es que en esos proyectos no entraba yo, pese a ser lo realmente importante en tú vida; lo único importante. Considera que “El que ama su vida, la pierde ; y el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna” (Jn.12,25). Agradéceme todo lo que te he dado: La vida, afectos, trabajo, buenos momentos. No vivas angustiado por el riesgo de perder todo eso, olvídate de ti mismo y refúgiate en el amor de Jesús, en su cruz y coge tu amor y tu cruz e intenta, poco o mucho, como puedas, sembrar paz en los que te rodean. No dejes que el dolor te quite la paz interior que nace de la certeza de que cuentas conmigo, que estoy a tu lado. Y, si te llegase el momento de reunirte conmigo, piensa que te estoy esperando con los brazos abiertos para que compartas conmigo una vida sin sufrimientos, plena de amor y paz. No pierdes nada; lo ganas todo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario