domingo, 26 de enero de 2014

La luz del mundo (VIII): Sobre la libertad

Sin ánimo de descubrir la pólvora, simplemente para tener una referencia que me guíe en la consulta de la Palabra, trataré de fijar, antes que nada, un concepto. Entiendo que la libertad es una condición esencial en el hombre que consiste en su capacidad de elegir el camino de la felicidad y del bien; de la Verdad. Por tanto no es libre quien recibe presiones o cortapisas, de uno u otro tipo, que le impiden o dificultan la búsqueda o la elección del bien. Así que cualquier persona que no tenga información suficiente, o la tenga errónea, no es libre. Tampoco lo es la persona que se vea sometida a algún tipo de condicionamiento o presión en sus decisiones. En definitiva, la libertad se desarrolla en dos etapas: Una primera, que exige el conocimiento pleno del Bien, de la Verdad; otra posterior que requiere la capacidad de adscribirse o no a esa Verdad. La libertad es condición esencial del hombre. La persona que carece de ella, el esclavo, es un objeto al que no se le reconoce capacidad de decisión contraria a la de su amo. La dignidad del hombre está asentada en su libertad.

Es evidente que la libertad se asienta en las tres potencias del alma, memoria, inteligencia y voluntad, pero la persona necesita, previamente, un apoyo físico y unas circunstancias que permitan ejercer esa libertad. Existen unas exigencias y derechos básicos, sin los que el hombre no puede vivir; el hombre necesita vestido, comida, casa, atención médica, trabajo, descanso, familia…Todo esto constituye un presupuesto, un ingrediente previo de la libertad , y parte de la misma, por cuanto son bienes necesarios para una felicidad básica del ser humano y, al fin y al cabo , la libertad es un instrumento al servicio de la felicidad. Cuando a las personas se les priva o dificulta, de forma general o discriminadamente, del disfrute de esos derechos básicos, se está atentando contra su dignidad, cometiendo una injusticia que acarrea desorden e infelicidad.

En la sociedad del llamado primer mundo, se dice que no hay esclavos. Esto no es cierto. Son muchos los condicionamientos y privaciones que se dan en torno a los derechos esenciales del ser humano, antes aludidos; son muchos los engaños y desinformaciones de los que somos víctimas; son muchas las manipulaciones y presiones que sufrimos en nuestra esfera de decisión, incluso la más íntima. Nos han convertido en máquinas de producción, esclavos del trabajo, y en víctimas de un consumismo absurdo, esclavos de él. El mismo concepto de libertad que se maneja por muchos está desvirtuado; lo que es instrumento lo han convertido en fin y el libertinaje, en mayor o menor grado, ha pasado de ser un contravalor a ser un valor.

Resultado de esto es que la desfachatez y la perversión son valores en alza y la podredumbre personal y social avanza por unos falsos caminos de “sinceridad” y “libertad”. La independencia de criterio es difícil en una sociedad que establece unos dogmas falsos contra los que no se puede opinar so pena de ser tachado de retrógrado, reaccionario, antiguo o machista. Te etiquetan como basura y no cuentas para nada. Tus críticas no trascienden de la mesa camilla o de la barra del bar porque no hay libertad ni democracia en el panorama político español. Salvando muchas distancias, en cierto grado, esto podría aplicarse a ciertos ámbitos de la Iglesia.

Ante este paisaje de falta de libertad, trataré de encontrar las respuestas que da nuestro Creador, a esos ataques que sufre la libertad, en los tres estadios que he mencionado: El previo, el que le permite al hombre vivir como tal; el del conocimiento de la Verdad; el de la decisión o elección.

El primer frente de la libertad es el que se abre en la lucha contra la pobreza. En un sentido primario, pobre es el que no tiene medios económicos suficientes para vivir con una mínima dignidad. Pues bien, en la lucha para liberar al hombre de la pobreza, nadie ha hecho más por los pobres que Jesús y su Iglesia. Tan es así, que Jesús se identifica con los pobres de forma radical como veremos. Con razón, su cuerpo místico, la Iglesia, es llamada la Iglesia de los pobres. Nadie, nunca, ha hecho tanto por ellos. Veamos. Por poco que conozcamos el Antiguo Testamento, podemos ver la preocupación constante que hay en él por el necesitado, la viuda, el huérfano y el emigrante. Las citas podrían ser numerosísimas. En consecuencia, cuando llega Jesús, la plenitud de la revelación del Creador, viene en la persona de una familia humilde. Ya de mayor confiesa que “las zorras tienen madriguera y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”(Mt. 8,20 ). En el mensaje de Jesús los desgraciados y necesitados ocupan un lugar principal y esencial; por eso llama bienaventurados, entre otros, a los pobres de espíritu, a los que lloran, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los que padecen persecución, a los calumniados, (Mt. 5, 3 y ss.). Cuando Jesús traza, en esencia, el camino de perfección del hombre, de crecer en el amor y despegarse de las cosas, toma como referencia a los pobres, “Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos” (Mt. 19, 21 ). La atención a los pobres en sentido amplio, a todo el que carece de lo básico para vivir, ya sea dinero, salud o paz, constituye su seña de identidad y así lo manifiesta a los discípulos del Bautista cuando le preguntan,” ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro?...Id y comunicad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados”( Lc. 7, 20 y ss.)

Pero la adhesión mas radical a los pobres se produce cuando al hablar del Juicio Final, Jesús se identifica de forma clara y contundente con aquellos pobres que han sido atendidos por los llamados a disfrutar del Reino de los Cielos: “Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui peregrino y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, preso y vinisteis a verme”. Y cuando los justos le pregunten “¿Cuando hicimos eso por Ti?...El Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos, mis hermanos menores, A MÍ ME LO HICISTEIS.” Poco se puede añadir; nuestro destino último está ligado total e íntimamente a los pobres. Si Jesús es la imagen visible del Dios invisible, los pobres son la imagen visible de Jesús resucitado hasta que se nos manifieste, al final de los tiempos, en gloria y majestad, cuando venga a juzgar a vivos y muertos.

Esto explica que tantas personas, movimientos e institutos, dentro de la Iglesia, se vengan ocupando de los necesitados, los enfermos, marginados y desamparados. Se comprende que surjan figuras como Teresa de Calcuta o Vicente Ferrer, por citar a dos entre miles y miles que consagran su vida a atender a los más necesitados. Se entiende que cada vez se hable más de la Iglesia de los pobres, porque Jesús está representado en ellos. Jesús es el gran libertador de los pobres.

martes, 7 de enero de 2014

La luz del mundo (VII): Más sobre el Opus y los Kikos

Como vengo diciendo, no se trata de “poner verdes” a estas instituciones, cuyos méritos son innegables, sino de dar mi opinión sobre ciertas imperfecciones que en ellas se dan, aunque muchos de sus miembros actúen como si todo fuera perfecto y acepten mal las críticas. Tampoco pretendo llevar razón o no toda la razón.

En el escrito anterior apuntaba defectos de libertad y comunión que se dan en estos movimientos. Insistiré ahora en ello, lo más brévemente que pueda, porque lo que busco en el fondo es hablar de la libertad y la comunión en la Iglesia a la luz de la Palabra.

Las personas tenemos un cierto grado de gregarismo; queremos sentirnos arropados por el grupo con el que nos sentimos identificados. Asumir las pautas del grupo no supone limitación de la libertad, en la medida que las hagamos propias con independencia de que nos gusten mucho, poco o nada. Pero la obediencia, necesaria para la unidad del grupo, no debe afectar a la libertad de manifestar opiniones discrepantes, incluso comportamientos “atípicos”, sobre todo en la esfera de la intimidad. Es ahí, en el campo de las opiniones y en el de las decisiones estrictamente personales, donde se pueden dar ataques contra la libertad.

Se “aconseja” desde la autoridad y la obediencia, con tintes de imposición, sobre temas como quién debe ser tu novio o novia, el número de hijos, la forma de vestir, el uso o no de anticonceptivos…Está muy bien que se den pautas y se imparta la doctrina de la Iglesia, pero no deben imponerse, como de hecho ocurre, al adentrarse en la intimidad de los afiliados. Los adscritos al grupo actúan muchas veces sin libertad, por temor a verse excluidos en cierta forma, al conocerse su pensamiento. Es el miedo a moverse para no ser excluido de la foto. De ahí que mucha gente hable de estos movimientos como sectarios. Existe una dependencia excesiva del grupo por cuanto se ha adquirido una cierta conciencia de que no hay vida fuera del mismo. Y es que la defectuosa comunión con el resto de la Iglesia, genera esa sensación de “camino único” que repercute en la libertad de los “opusinos” y Kikos.

No es que exista absoluta cerrazón y falta de comunión, sino que, seguramente, podrían hacerse muchas cosas para una mayor apertura. En este terreno se ganaría mucho con un mayor acercamiento a la parroquia. No me refiero solo al resto de la parroquia, sino, también, al resto de parroquias “no amigas” y a otros movimientos de la Iglesia. La fe debe proyectarse y testimoniarse, como consecuencia esencial y natural de la misma, sobre los demás, de forma especial, sobre los más alejados. Las expresiones y actitudes que descalifican o menosprecian a los no pertenecientes al grupo, no benefician en nada la comunión en la Iglesia. Es más, en el ámbito interno de estos movimientos, existe una jerarquía, (catequistas, tutores, directores…), cuya comunión con el resto de los miembros podría mejorarse mucho...Resulta curioso, y sin duda fructífero, señalar las diferencias que se dan entre el Opus y los Kikos.

Los rasgos propios de cada uno de estos movimientos, distintos y en parte opuestos, pueden enriquecernos a todos. La idea principal en el Opus, según leí, escuché y viví, es la santificación a través del trabajo, parte muy importante de nuestra vida. Fruto de esto son los muchos personajes que pertenecen a esta organización (ministros, catedráticos, profesionales relevantes…). En sintonía con esta idea madre, existe un principio que se oye con frecuencia, “hay que poner los medios”, que se traduce en el esfuerzo para conseguir la meta que uno se propone. Y esto también se aplica al terreno más estrictamente espiritual, donde se lleva una contabilidad diaria de todos los fallos y pecadillos, así como una celosa observancia de las cotidianas normas de piedad, donde se incluye la misa diaria como centro de la vida del cristiano. En consonancia con lo anterior, se vive un cierto culto al detalle y a la perfección que se traduce en la exquisita limpieza y decoración de sus locales y personas, así como en una perfecta, un tanto ostentosa genuflexión, delante del Santísimo. Sus meditaciones, retiros y medios de formación son muy medidos, cuidados y abundantes, dentro de una estricta separación entre hombres y mujeres . En cada grupo que se forma, se busca siempre una cierta homogeneidad social e intelectual de sus componentes.

En contraste con lo anterior, el acento en los Kikos se pone en una fe vivida desde la precariedad humana, desde nuestra condición de pecadores y desde un esfuerzo menor, que deja al Espíritu de Dios la tarea principal de transformarnos. Es una fe vivida desde la perspectiva del amor que Dios nos tiene. Todo lo cual lleva a una cierta dosis de irresponsabilidad y desorden cuando se olvida la necesaria implicación y responsabilidad del cristiano en su progreso de santificación. Esto ha llevado a algunos a afirmar que es el movimiento de la Iglesia más cercano a los protestantes, lo que solo es verdad en parte, pues existe un importante control de cada comunidad por los catequistas, que mantienen un cierto grado de distanciamiento que les otorga un titulo de respeto e incluso temor desde la óptica de los catequizados. Aquí los medios de formación son escasos en comparación con el Opus. Las convivencias y catequesis tienen cierto grado de improvisación. Es frecuente la impuntualidad y el comportamiento en el templo, sobre todo de los jóvenes, resulta a veces incorrecto (se habla mucho, se come chicle, se sientan mal…). Las comunidades en los Kikos están formadas por hombres y mujeres, jóvenes y mayores, pobres y ricos, en una mezcolanza de lo más heterogénea. Son frecuentes los matrimonios entre jóvenes sin trabajo que dejan su futuro completamente en manos de Dios, algo impensable en el Opus.

Tanto en una como en otra organización se vive un santo abandono a la voluntad de Dios, conscientes de que Él lleva nuestras vidas. Lo que no parece aceptable es pretender que el Señor sea cómplice de temeridades, poniéndole en “un brete”. Tampoco parece acertado que los jóvenes tengan que esperar a que los jóvenes tengan todo resuelto. En esta organización se crean unos lazos afectivos dentro de los miembros de una comunidad, lo que, siendo bueno en sí mismo, no deja de suponer una mayor dependencia del grupo y un condicionamiento a la libertad.

En conclusión, los enfoques de ambos movimientos, en principio correctos, evidencian en su versión más fanática, claras imperfecciones. Sería bueno que el Opus tomara algo del espíritu de los Kikos, y que éstos se impregnaran un poco del espíritu del Opus; y que ambos se abrieran más por dentro y hacia fuera.

Tampoco se puede olvidar que estos movimientos tienen un origen distinto y van destinados a sectores de población diferentes: El Opus nace en ambientes universitarios (su primera obra corporativa fue el colegio mayor Moncloa de Madrid), mientras que los Kikos comienzan su andadura en las chabolas de la periferia de Madrid.

Dicho lo cual, solo me queda expresar mi reconocimiento y afecto a ambos movimientos, a los que tanto debo, y pasar a hablar de la libertad y la comunión en la Iglesia a la luz de la Palabra. Posiblemente encontremos en ella una denuncia hacia ciertos comportamientos, dentro y fuera de estos movimientos.