martes, 26 de noviembre de 2013

La luz del mundo (V) - Esperanza y vida

Antes he tratado de describir algunas de las muchas formas que tenemos los cristianos de desprestigiar el mensaje que deberíamos acreditar y difundir. Para mucha gente, tales conductas han sido motivo de escándalo y apartamiento de Jesús y de su Iglesia; por ello trataré, a continuación, de lo equivocado de tal reacción. No se trata de justificar los errores cometidos, sino de verlos desde la perspectiva de Jesús, no desde la nuestra. Si esto ayuda a alguien como a mí me ha ayudado, habré cumplido mi objetivo al escribir esto. Por otro lado, como ya dije, aquellas sombras sirven para apreciar mejor su contrapunto, la luz.
Tras este preámbulo, la cuestión que trato de ventilar es: ¿Qué pintamos los pecadores en la Iglesia; qué dice Jesús de nosotros?. Busco una respuesta, obtenida directamente de su Palabra, que me ha llegado con la ayuda de su Iglesia, que para eso está y la fundó.

De entrada, cualquiera que haya tenido un mínimo contacto con el Evangelio puede responder que Jesús perdona al pecador arrepentido; pero quizá se le escapa lo más importante, el meollo de la cuestión, el cómo y el porqué de ese perdón. Veamos lo que Él nos dice: Antes que nada, Jesús no es un juez según los criterios humanos; no ha venido a condenar sino a salvar. En Juan 8,15 leemos, “vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie “. En Juan 12, 47 vemos, “Y si alguno escucha mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido a juzgar al mundo sino a salvar al mundo”. Palabras, éstas, que no hacen sino confirmar lo que ya aparece al principio del evangelio de Juan, 3,17: “Pues Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él.” Su misión y objetivo está claro.

En consonancia con su talante de “juez” que no ha venido a castigar e imponer una pena, sino a salvar al delincuente (pagando incluso con su vida por los desvaríos de éste), su sentencia va a ser una exhortación a abandonar el camino equivocado y volver al redil del cual él es el “buen pastor que da la vida por sus ovejas”. Por eso a la mujer adúltera, cogida “in fraganti”, que debía ser lapidada por ley, le dice:” ¿nadie te ha condenado?...tampoco yo te condeno; vete y no peques más” (Jn.8,10 y ss.); y a la pecadora arrepentida que ha regado sus pies con lágrimas, le dice : “ Tus pecados te son perdonados…Tu fe te ha salvado, vete en paz” (Lc. 7, 44 y ss.). Él solo quiere que cambiemos de rumbo y le sigamos para encontrar la auténtica felicidad y la vida. Jesús no se “cabrea”, no castiga; ni siquiera nos abronca ni nos echa sermones. Quiere que nos olvidemos de todos nuestros errores pasados y miremos al futuro con una nueva mirada : “A otro le dijo: Sígueme, y respondió: Señor déjame primero ir a sepultar a mi Padre. Él le contestó: Deja a los muertos sepultar a sus muertos…” Con Jesús está la vida y el futuro; el pasado, la muerte, pasado está. Por eso insiste un poco más adelante: “Nadie que, después de haber puesto la mano en el arado, mire atrás, es apto para el Reino de Dios.

Vemos que Jesús solo quiere que le sigamos, que dejemos de seguir a “otros dioses”, que seamos conscientes de nuestro error, que nos arrepintamos de corazón. Frente al fariseo que reza, ufanándose de lo “bueno” que es por lo bien que cumple la ley, Jesús nos presenta la figura del publicano que se acusa a sí mismo por sus pecados y nos señala. “Os digo que bajó a su casa justificado” (Lc.18,14)
Jesús nos quiere dejar claro que los pecadores tenemos un lugar principal en su corazón: “Os digo que habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión” (Lc. 15, 7). Porque su misión, insiste, es salvar a los pecadores: Cuando va comer a casa de Mateo y los fariseos se escandalizan de que “comiese con publicanos y pecadores”, Él es contundente, “No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores” (Mt. 9,13 ); y cuando acude a casa de Zaqueo y vuelven a acusarle de lo mismo, Él nos repite, “Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. (Lc. 19,10). Vemos como Jesús no quiere dejar ninguna duda sobre el objetivo de su venida, pero hay más. Jesús ya cuenta con nuestra pasividad, desgana, desilusión o desconfianza de nosotros mismos para cambiar de vida, y por eso, sale a nuestro encuentro.

Primeramente sale a nuestro encuentro con una Palabra que , con claridad meridiana, nos expresa, de forma plena, su amor por nosotros, los pecadores : Así, se compara con el Buen Pastor que deja noventa y nueve ovejas y va “en busca de la perdida hasta que la halla. Y una vez hallada, alegre, la pone sobre sus hombros y vuelto a casa, convoca a los amigos y vecinos , diciéndoles : Alegraos conmigo, porque he hallado a mi oveja perdida.”(Lc. 15,4 yss.) Él es el padre del hijo pródigo que no quiere correr el riesgo de que su hijo no se decida a dar el último paso en su retorno y “Cuando aún estaba lejos, viole el padre, y, compadecido, corrió a él y se arrojó a su cuello y le cubrió de besos”. Luego le organiza una gran fiesta y dice a todos: “comamos y alegrémonos porque este hijo mío, que había muerto, ha vuelto a la vida” (Lc.15,11 y ss.). Parece difícil encontrar palabras que expresen mejor el amor que Jesús nos tiene a los pecadores; sin embargo, yo creo que sí las hay . Son aquellas que pronuncia Jesús cuando, tras la tortura sufrida y a punto de morir, se dirige al Padre y le suplica el perdón de sus verdugos : “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc.23, 34)

Pero Jesús no solo sale a nuestro encuentro con su Palabra y su vida. También lo ha hecho a lo largo de la historia de la humanidad, una historia de salvación que se recoge en el Antiguo Testamento. Sin embargo, es en nuestra historia personal donde tenemos que encontrar a Jesús, descubriéndole detrás de los acontecimientos de nuestra vida; detrás de nuestros gozos y alegrías, de nuestros sufrimientos y tristezas. Si logramos verle en medio de esas vivencias, si conseguimos identificar sus brazos tendidos hacia nosotros, más allá de nuestra mirada corta y baja, le habremos hallado; quizá mejor, nos habremos dejado encontrar, porque El nunca deja de buscarnos, según hemos leído, para que estemos junto a El : “para que todos sean uno, como tu, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros…Yo en ellos y tú en mí para que sean consumados en la unidad y conozca el mundo que tu me enviaste y amaste a éstos como me amaste a mí…quiero que donde esté yo, estén ellos también conmigo” (Jn.17, 21 y ss.) Gran misterio este de que todo un Dios omnipotente quiera tener la compañía de unos miserables como nosotros. Somos la Iglesia de los pecadores, la que fue el refugio de Oscar Wilde en la etapa final de su escandalosa vida, precisamente por eso, como él mismo confesó; la Iglesia, refugio de pecadores. Es la iglesia del Buen Ladrón, Dimas, que se encontró con el Señor en el último momento de su vida, como Wilde. ¡Qué lástima, con lo felices que habrían sido sus vidas de haberlo buscado mucho antes!

En fin, se trata de seguir a Jesús sin echar la vista atrás, a un pasado que Él quiere que olvidemos; de vivir una nueva vida como hijos de Dios que somos, destinados a gozar de la compañía de nuestro Padre por toda la eternidad; de tratar de ser felices de verdad, en una paz interior que poco tiene que ver con el ruido y la felicidad de los sentidos, pues somos esencialmente seres espirituales hechos para amar y destinados al Amor, Dios; en definitiva, de olvidarnos un poco de nosotros mismos y poner nuestros ojos en el Creador del universo, nuestro Padre.

En este seguimiento, basta que tengamos un poco de luz, algo de voluntad; no tenemos que hacer grandes esfuerzos, solo dar un paso, dejarnos llevar sin poner trabas. El Espíritu de Dios hará que avancemos, porque, como hemos visto, está empeñado en tenernos junto a Él; Él ya cuenta con nuestra flaqueza y desánimo. Pero hagamos algo, empecemos por disfrutar de un momento de silencio, solo silencio, en su casa que es la nuestra, en el templo. Y si no, como el nos ha dicho que somos templos del Espíritu Santo, encontrémosle dentro de nosotros. Siempre nos estará esperando.

Perdonad estos consejos que me doy a mí mismo aunque empleo el plural en mi afán de compartirlos con vosotros. Ese es y será mi propósito : Seguir avanzando junto a vosotros a la luz de La Luz.

martes, 19 de noviembre de 2013

La luz del mundo (IV) - Pecados de la Iglesia

Retomando el hilo de lo que venía tratando, escribiré ahora acerca del nulo o poco testimonio que damos, algunos cristianos, de nuestra fe en Cristo; de la incongruencia entre nuestra vida y los principios evangélicos que decimos profesar. Esto ha producido el alejamiento de la Iglesia de muchos y poco a poco de Jesús. Contaré algunas experiencias :  Recuerdo, siendo yo pequeño, que un aldeano me hablaba de que no iba a la Iglesia desde que se enteró de que el cura vivía amancebado con la que había presentado al pueblo como su hermana. En otra ocasión un ex seminarista me habló de su director del seminario, que se deshacía en atenciones con sus tutelados, no por auténtica generosidad sino por puro orgullo, para ganarse fama de bueno, según pudo ir constatando con el paso del tiempo. Otra amiga me contó lo mal que había sido tratada, en la casa donde trabajaba como doméstica, por parte de la señora de la casa que no se perdía su misa diaria. Todos podemos aportar experiencias de fariseísmo e hipocresía o bien de cobardía a la hora de defender a Jesús en medio de un mundo en el que parece tener pocos partidarios; aunque, en realidad, hay muchos que están deseando llegar a la Verdad de la vida, de encontrar algo más sólido que la pura mierda de materialismo egoísta en el que nos han y nos hemos metido; de que Jesús venga a su encuentro devolviéndoles la esperanza y la ilusión de vivir, aún en medio de las penalidades por que todos atravesamos. Y, volviendo al tajo, cuanta metedura de pata por parte de los “devotos”. No tengo que ir muy lejos; recuerdo una etapa de mi vida en la que, con mi misa diaria y mis prácticas piadosas, me creía el cristiano perfecto  cuando en realidad era un fariseo redomado: Vivía una religión centrada en mí y falta totalmente de caridad; despreciaba a mucha gente por considerarme hijo de mejor padre y mi corazón estaba más seco que una piedra. Aún hoy, si mis hijos pudieran escribir aquí, pienso que podrían sacarme los colores; no digamos mi mujer. Pero, en fín, como la verdad hay que salvarla por encima de nuestros propios actos, según me han dicho que dijo Séneca, aquí estoy yo intentando hacer algo en ese sentido.

No solo en la esfera individual los cristianos metemos la pata. En el plano institucional, los cristianos, católicos y no católicos, han utilizado en ocasiones ,a lo largo de la historia, la espada y el fuego, la amenaza y la condena, para imponer el Evangelio. Lo cual resulta de lo más paradójico si se piensa que este Evangelio difunde, esencialmente, la buena noticia del amor de Dios a los hombres, a quienes éste considera sus hijos adoptivos y destinados a participar en la vida divina. Por eso el hombre, destinado a unirse con su Creador, ha sido creado a imagen y semejanza suya(se lee en el A. y N. Testamento ) para poder así, participando de alguna manera de la naturaleza divina, conseguir alcanzar el destino para el que ha sido creado. En esa semejanza con Dios , que es Amor y libertad, está la base de su dignidad,  de su condición esencial que le permite su realización plena. Por tanto resulta contradictorio que haya habido y siga habiendo acciones individuales e institucionales que violen esos principios de amor y libertad. Voy a referirme a ellas pero, adelanto, que mi afán no es el de regodearme en una crítica malsana sino el de plasmar una realidad que, como en último término expondré, hará brillar más la luz de la Verdad; cuanto más a oscuras estamos, más se valora la bombilla encendida.   
                   
¡Cuantas injusticias, guerras e, incluso matanzas se han cometido en nombre de Jesús a lo largo de la Historia! La persecución de los herejes a sangre y fuego dejó toda una estela de víctimas ocasionadas por venganzas personales o por la fidelidad de esas víctimas a sus propias conciencias. Hubo guerras como la de los cátaros y matanzas como la de Beziers que son difíciles de comprender desde el mensaje de Jesús. Tampoco se entienden los desmanes de la Inquisición ni los malos ejemplos que, dentro de la jerarquía de la Iglesia, se han dado y se vienen dando. Ni los puritanos protestantes se han librado de estos errores; recordemos como los calvinistas de Ginebra asaron vivo a Miguel Servet, por poner un ejemplo entre otros que se podrían citar.       

De todos los errores mencionados la Iglesia ha pedido perdón y, por otro lado, está tratando de depurarse, conectando más con su mensaje esencial, acercándose a los necesitados y alejándose del poder. “Mi reino no es de este mundo”, dice Jesús, que también dice en otra parte “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Y es que, desde sus orígenes, la Iglesia no siempre ha estado bien influenciada por el mundo con el que está obligada a convivir y , de forma particular, ha sufrido una contaminación muy negativa por parte del poder civil. Ya el emperador Constantino se sirvió de la organización eclesiástica y utilizó a los obispos para organizar su Administración de Estado. Desde entonces la Iglesia no siempre ha sabido marcar distancias con el poder político cuyas formas y actitudes se han visto, en cierta medida, reproducidas dentro de la Iglesia. Según me cuentan, en ocasiones, la Iglesia se ha visto mangoneada por aquellos poderes de los que recibía dinero o favores que necesitaba; ya se sabe, quién paga manda. En todo esto está el origen de las críticas que con frecuencia se oyen acerca del lujo, intolerancia o autoritarismo de la institución.

Más allá de los errores cometidos y que se pueden seguir cometiendo, la Iglesia tiene una misión fundamental, que es la de difundir la Verdad de Jesús contenida en la Biblia y en la Tradición y, a la luz de este mensaje,corregir los propios errores. Y el mensaje es claro: Todos los seres humanos, hombres y mujeres, tenemos una misma dignidad que resulta de nuestra condición de hijos de Dios con un destino junto a El, mas allá de la muerte. En la base de nuestra dignidad está la libertad porque sin libertad no es posible el amor y sin amor no podemos alcanzar nuestro destino junto a Dios, junto al Amor. Todo esto se recoge en la Biblia y es recogido en las encíclicas de los Papas como fundamento de la defensa que hace la Iglesia de la igualdad entre los seres humanos, de la mujer, de la justicia social, de la justa distribución de la riqueza, de la vida.

En el Evangelio de Jesús, que la Iglesia me ha enseñado y difunde, aparecen pasajes como los que siguen : “El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”; “no se puede servir a Dios y al dinero; “necio, esta noche te van a pedir tu alma y lo que has acumulado de qué te va servir”; “es más difícil que una camello entre por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los cielos”; “  ¿de qué te sirve ganar el mundo entero si al final pierdes tu alma? “; “bienaventurados los pobres”. Con este precedente la Iglesia, a través de muchos movimientos (Cáritas…) y órdenes religiosas masculinas y femeninas, tiene una especial dedicación a los pobres. Así podemos leer en la Gaudium et spes , “El espíritu de pobreza y de caridad debe ser la gloria y el testimonio de la Iglesia de Cristo”; “Cristo mismo en la persona de los pobres eleva su voz para solicitar la caridad de sus discípulos”. El lujo, el boato y la parafernalia que acompañan a muchos eclesiásticos y actos litúrgicos son fruto de la contaminación a la que aludía anteriormente y, por otro lado, provienen del fervor de una pueblo que quiere honrar a su Dios de forma excepcional y grandiosa y le construye catedrales a lo largo y ancho del planeta y le regala tesoros a su Madre, la Virgen. En cualquier caso el espíritu de pobreza que debe presidir la Iglesia aboga por una revisión en la que parece estar comprometido el Papa Francisco.

Respecto a la violencia Jesús nos dice que si alguien te quita el manto, dale también la capa; si te abofetean en una mejilla, ofrece la otra; ama a tu enemigo, reza por los que no te quieren; trata a los demás  como quieres ser tratado tú ; perdona hasta setenta veces siete, es decir, siempre; en definitiva “amaos los unos a los otros como yo os he amado”, es decir, hasta entregar la vida por ellos, aunque te hayan abandonado.

Respecto a la intolerancia : Jesús se enfrentó a los justicieros que trataban de lapidar a la mujer adúltera, en aplicación estricta de la ley. “Yo tampoco te condeno “ le dice Jesús  a esta pecadora pillada in fraganti. En sintonía con Jesús, el Papa Francisco ha dicho respecto de los homosexuales que él no es quien para juzgar y condenar a nadie.

Frente al autoritarismo, Jesús nos dice “ El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; el que quiera ser el primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” (Mc. 10, 40 y ss.). Y como dentro de la Iglesia hay muchos que se creen más papistas que el Papa y con derecho a excluir y amonestar al resto de sus hermanos, Jesús nos advierte “ No os dejéis llamar Maestro porque uno solo es vuestro Maestro y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie padre…porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar consejeros o directores porque uno solo es vuestro Director: El Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor”(Mt.23,8 y 9). Jesús es muy claro cuando rechaza la actitud excluyente de los que no pertenecen al propio grupo en Lc. 9, 48 y ss. , y lo mismo Pablo en su epístola 1ª a los Corintios, de cuyo capítulo 3, versículos 4 y siguientes entresaco : “Cuando uno dice, yo soy de Pablo, y otro, yo de Apolo…Pues qué es Apolo y qué es Pablo: Ministros según lo que a cada uno ha dado el Señor”… Yo planté, Apolo regó, pero quién dio el crecimiento fue Dios.”   Frente al autoritarismo, la intolerancia y la discriminación la Iglesia viene manteniendo una línea clara y decidida a favor del diálogo, la igualdad y el respeto a todos los seres humanos iguales en su dignidad de hombres : “A nadie le está permitido violar impunemente la dignidad humana, de la que Dios mismo dispone con gran reverencia, ni ponerle trabas en la marcha hacia su perfeccionamiento…” , nos dice la Rerum novarum (punto 30);  respeto que se mantiene con respecto a los que incurren en algún delito o , simplemente, piensan de modo distinto : “ El hombre que yerra no puede por ello ser despojado de su condición de hombre, ni automáticamente pierde jamás su dignidad de persona, dignidad que debe ser tenida siempre en cuenta” (Pacem in Terris, p. 158 ).

Para ir acabando esta entrega y no extenderme mucho, añadiré que Jesús en cantidad de pasajes se muestra intolerante con los hipócritas y los tibios. Tratamiento especial merece el tema de la libertad, el sentido del sufrimiento en la vida y el llamado inmovilismo de la Iglesia, de los que me ocuparé muy pronto.  Tampoco podemos olvidar que la persecución de la Iglesia es una constante histórica, cometa o no errores.(Últimamente se está acusando a Pio XII de connivencia con los nazis, cuando existen cantidad de testimonios y documentos de todo lo contrario; sin ir más lejos el rabino de Roma se bautizó después de la guerra y adoptó el nombre de Eugenio, que era el nombre del Papa, en reconocimiento a toda la ayuda que el Papa prestó a los judíos). El Evangelio lo dice muy claro, “…tocamos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis. Vino Juan el Bautista, que ni comía n bebía, y dijisteis que tenía un demonio; viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: qué comilón y qué borracho” (Lc. 7, 31-35 ).

Es cierto que los cristianos metemos la pata individualmente o representando a la Iglesia. Es cierto que algunos movimientos, dentro de la Iglesia, dan motivos para ser tachados de cerrados y excluyentes, faltos de autocrítica y libertad, pérdida de su sentido instrumental…; pero pese a sus fallos, que los tienen y los tendrán y que no hay que ocultar, han sido instrumentos del Espíritu de Jesús para difundir su mensaje. Me estoy refiriendo, lo habréis adivinado, al Opus y a los kikos. Estos movimientos no han recibido una crítica imparcial; o bien han sido defendidos ciegamente, sin querer ver sus defectos, descalificando a quién critica, o bien, han sido atacados injustamente sin apreciar sus indudables méritos, tomando la parte por el todo y generalizando en demasía. Estas críticas, fundadas, aunque no todas ni del todo, han ocultado algo esencial : Que tanto el Opus como los Neocatecomunales han llevado a mucha gente, entre los que yo estoy, a conocer a Jesús. Y cuando una persona conoce a Jesús lo suficiente, sabe prescindir de lo anecdótico y de los malos royos que se pueden encontrar en ambas instituciones, como en cualquier parte. Cristo termina imponiéndose a nuestro engreimiento y autocomplacencia; a nuestra falta de humildad y caridad que existe tanto dentro como fuera de estas instituciones, en los criticados y en los que critican. Sin desconocer los errores antes apuntados, que más adelante comentaré con detalle, tengo que agradecer al Opus y a los Kikos que me hayan inspirado la fe suficiente para enfrentarme a la angustia de la nada y, de su mano, Jesús me haya devuelto la esperanza ante mis pecados y la fuerza en mi debilidad y mis problemas. Jesús es la seguridad,que nadie puede encontrar en el dinero, y la vida que nadie, sino Dios, puede ofrecer. Muchos dirán que esto son solo palabras y sí, son palabras, pero de vida eterna y esperanza, avaladas con muchos hechos. Este es el tema clave que abordaré en mi próxima entrega. “En El estaba la vida y la vida era la luz de los hombres” (Jn. 1, 4).  

miércoles, 13 de noviembre de 2013

La luz del mundo (III)

Hemos visto como el Hombre desde su interior, a través de diversas situaciones que puede experimentar, puede sentir la necesidad de Dios. Pero Dios también se revela desde el exterior: El universo entero, las criaturas todas evocan la existencia de un Creador cuyo poder y sabiduría está muy por encima de nosotros. Como señala Carlyle en su libro 'Los héroes', las culturas primitivas, cuando el hombre no había perdido su ingenuidad ni su capacidad de asombro, las cosas y fuerzas de la naturaleza suscitaban una admiración y veneración que llevaba a aquellos hombres a personalizar en ellas a la divinidad: El Sol, el fuego, el hielo, el trueno, las tormentas, los ríos, los lagos, las cascadas…han sido considerados por ellos como algo divino que regía sus vidas y su futuro. Confundían, comprensiblemente, al Creador con su obra. Este enfoque de las cosas explica que el hombre, como criatura más excelsa capaz de influir y dirigir en alguna medida lo creado, haya sido considerado como dios en la persona de sus seres más excepcionales, los héroes. La llamada de Dios a través de la huella dejada en su creación, ha suscitado en el hombre estas respuestas en forma de religión.

Existe otra llamada que, ahora, en esta última etapa de la historia vivida, si no aparece, sí destaca. Es una forma negativa; algo parecido al método matemático de reducción a lo absurdo. Se trata de ver las consecuencias de prescindir de Dios; de ver qué cotas de infelicidad, desgracia, e injusticia es capaz de alcanzar el hombre cuando se convierte en un animal actuando al margen de su esencia espiritual. Ahí están las guerras, la mayor vejación jamás sufrida por el hombre en los campos de concentración nazis, el Gulag stalinista, los yemeres rojos de Camboya, la explotación del tercer mundo por parte del primer mundo, Lampedusa. Nadie es inocente, no vale mirar para otro lado, no querer saber. Existen seres que mueren de necesidad mientras otros despilfarramos. Ninguna injusticia sobre la Tierra nos es totalmente ajena al resto de los seres humanos. Por lo tanto en alguna medida todos somos culpables. En el plano mas particular o individual, la animalización de la que hablo se traduce en destrucción de la familia y soledad; injusticias y abusos; autodestrucción bajo las más variadas formas de desenfreno (alcohol, drogas, perversiones sexuales…)

Ante la necesidad que tiene el hombre de Dios, muchos reaccionan buscándolo mientras otros niegan esa necesidad, considerando que aquéllos andan tras un refugio ficticio, inexistente, que les ponga a salvo de su limitación e impotencia y les oculte un final que es la nada y, como mucho, el recuerdo de sus semejantes. Esta posición ante la vida y la muerte podría estar mas justificada si nuestro Creador se hubiese contentado con dejar su huella en su Creación y luego se hubiese desentendido de su obra. Pero esto no ha sucedido así: De una u otra forma, Dios se ha revelado al hombre; ha actuado en la historia y, en un determinado momento, ha intervenido en ella directa y personalmente a través de Jesús de Nazaret.

Jesús, el Hijo de Dios, nos ha traído todas las respuestas que el hombre necesita. El es nuestra fuerza, consuelo y esperanza que viene anunciando la Biblia desde Adán, a través de todos los profetas. Jesús nos ha traído un mensaje asombroso y extraordinario que nos resultaría increíble de no ser por su condición de Dios hecho hombre. Si Dios mismo no nos lo hubiese dicho, no podríamos creer que somos hijos de Dios, destinados a participar en la vida divina por toda la Eternidad pese a nuestros pecados. Esa es la Buena Noticia que Jesús vino a confirmarnos y asegurarnos. Ese Jesús-Dios, intuido y vislumbrado por el hombre en lo más profundo de su ser, anunciado por los profetas y acreditado por su mensaje y prodigios, ha recibido el testimonio de los primeros mártires que iban a la cruz o a las fieras confiando en la Verdad, Jesús. Nadie da la vida por una mentira.

Y aquel Jesús ha seguido y sigue actuando en la historia de la humanidad hasta nuestros días : Son muchos los milagros que ha seguido haciendo a través de los santos; milagros que han sido probados como prodigios sobrenaturales en las causas de beatificación y santificación. También son abundantes las apariciones y milagros hechos por María, nuestra madre del Cielo : Fátima, Lourdes, Guadalupe, La Salette… Con todo, hay algo que certifica que Jesús es Dios: Es el mensaje de su Evangelio. Frente a la vida animal, rastrera y limitada que el mundo de hoy preconiza; frente a una vida basada en el egoísmo, el dinero, el poder, el sexo, el odio, la venganza, la explotación y la injusticia, El viene a anunciar el amor y la misericordia, el perdón, el respeto a todo y a todos, la justicia, el desapego a las cosas, la paz y la esperanza. En El podemos encontrar las respuestas al dolor, a la injusticia y a la muerte. Fuera de El, el hombre vive en continua zozobra porque no puede encontrar seguridad ni saciar sus apetitos; no puede encontrar la paz.

El problema que tiene Jesús para acercarse a nosotros es que no le conocemos y, además, el mundo no nos lo recomienda. No le conocemos porque muchos de los que pertenecen a su Iglesia no dan adecuado testimonio de su fe ni tampoco han sabido anunciar su mensaje debidamente, contaminándolo con ingredientes de todo tipo, políticos y sociales, que lo han desdibujado. Debemos señalar que el mundo se ha encargado de resaltar los pecados de los cristianos y no de alabar sus muchas acciones encomiables. Así que trataré, a continuación, de ir analizando todos estos obstáculos que nosotros, los seguidores de Jesús, hemos puesto y ponemos en el camino de acercamiento de Dios a su criatura predilecta.

lunes, 4 de noviembre de 2013

La luz del mundo (II)


El ser humano está hecho por y para Dios, por y para el amor ( “Dios es amor”, dice la Biblia). Cuando el hombre centra la razón de su existencia en sí mismo, en sus ambiciones, en su bienestar, en su gusto, entonces, se convierte en algo desnaturalizado y capaz de las mayores aberraciones e injusticias. No es que no podamos tener nuestros planes y metas, sino que éstos deben estar concebidos de acuerdo a nuestra esencia profunda y a nuestro fin último y, por tanto, a ello supeditados.

El alejamiento de nuestro auténtico centro, el egocentrismo, produce en nosotros un vacío, que puede llegar a angustiarnos andando el tiempo, si llegamos a percibir ese sinsentido con nitidez e intensidad. Tal estado crea en nosotros la necesidad de reorientarnos, de encontrar a Dios. Eso nos ha sucedido a muchas personas y origina un proceso que está muy bien descrito en el libro de Somerset Maugham, 'El filo de la navaja': El protagonista lo tiene todo, buena posición, amor, futuro…Pero cuando ,en la guerra, pasa por la experiencia de ver la muerte de cerca y percibe la inconsistencia humana, se siente perdido e inicia la búsqueda de Dios. Pero hay otra forma de abordar esta situación. Mucha gente escapa a su vacío ahondando más y más en el pozo de su autodestrucción moral y física y, caiga quién caiga y no importa a qué precio, busca su felicidad en el tener, recibir y disfrutar; pronto se familiariza con la bebida o la droga y el mal uso del sexo; sus semejantes cuentan poco y nada importa el abuso y la injusticia si ello reporta un beneficio o placer.

El alejamiento de Dios, de la Verdad, es mas difícil percibirlo, y por tanto corregirlo, por aquellos que han llenado su vida de un falso Dios, de una pseudo-religión como pueda ser el materialismo comunista o de otro tipo. Estos ya han encontrado a “su Dios” y naturalmente, no emprenderán el camino de buscar al auténtico. Se quedarán anclados en una visión materialista del hombre y, basándose en “cuatro“ postulados, negarán la dimensión esencial del hombre, la espiritual; no descubrirán la genuina solidaridad que es la caridad ni la justicia de Dios impregnada de perdón; ni que existe una razón mucho más solida y profunda para ayudar al pobre, al huérfano, a la viuda y al emigrante: El Amor de Dios hacía sus criaturas, en especial al ser humano.

A los que están en esta situación, la salida les resulta algo más difícil por estar falsamente llenos, aunque, muchos de ellos, pueden tener el terreno abonado para su conversión al haber superado el núcleo duro de su egoísmo. A estas personas les puede suceder lo que le ocurrió a André Frossard, que se les encienda la luz en cualquier momento. Este autor nos cuenta en su libro “Dios existe, yo me lo encontré”, que entró en una capilla buscando a un amigo y que, dice él, “habiendo entrado allí escéptico y ateo de extrema izquierda…volví a salir, unos minutos mas tarde, católico, apostólico y romano”. Sigue describiendo su experiencia : ”Caí en una especie de emboscada… nada me preparaba a lo que me ha sucedido. También la caridad divina tiene sus actos gratuitos…no he desempeñado papel alguno en mi propia conversión”. Y así fue como inició su destacada andadura de escritor católico hasta el fin de sus días. Desde las reflexiones anteriores se entiende bien el Salmo 41 : “Como busca la cierva corrientes de agua viva, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?“.

Más arriba decía que hay quienes no emprenden el camino de encuentro con Dios porque ello les supone un cambio en sus vidas que no quieren afrontar. Más bien aplazan esa búsqueda que en su fuero interno sí la ven necesaria. Para otros el aplazamiento se justifica porque hay cosas más urgentes que hacer, no tienen tiempo. Todos ellos no quieren darse cuenta de que lo primero y principal es saber de donde venimos , a dónde vamos y qué hacemos aquí. Todo lo demás viene después. No comprenden que todo cambio, aún el más radical, es posible desde el encuentro con Dios porque ese mismo encuentro aporta una fuerza, de la que antes se carece, que es capaz de producirlo. Todas estas personas, entretenidas en los quehaceres de este mundo, vegetan sustentadas en la salud, trabajo y amor de los que, en mayor o menor medida, disfrutan. Por eso, en ocasiones, antes o después, viene Dios a llamarlos a través de un cáncer, un despido, una ruptura, una muerte…